lunes, 3 de noviembre de 2014

Sara y la Tormenta



Sara no entendía a las personas que disfrutaban de una caminata bajo la lluvia. Adolescentes en la vereda con sus paraguas y sus botas, estallando de risa mientras corrían, saltaban los charcos y caían en la trampa de alguna baldosa floja, sólo para luego levantarse y seguir riendo. Era detestable, sin duda. Sólo un loco podría pasarla bien en ese infierno. Su jefe la llamó y Sara sacó su vista de la ventana de la oficina. Ya era hora de volver a casa.


El taxi la esperaba en el estacionamiento del edificio de la empresa. Era una bendición no tener que exponerse al diluvio que castigaba a su ciudad. Sara intercambió con el taxista sólo las palabras necesarias para que el señor no le volviera a hablar después: "Buenas noches... sí, ya sabés, cuando llegás a la estatua de la plaza girás a la derecha y seguís tres cuadras. Dale, gracias". Ella creyó que eso era suficiente, pero sólo por las dudas, se puso los auriculares con la música bien fuerte. Eso fue todo, el taxista no la molestaría en el resto del viaje.


Todo marchaba perfecto hasta que, tras dos minutos viajando, el taxista se detuvo en un semáforo. Y a través de la ventanilla del coche los vio. Otra vez, la parejita de estúpidos adolescentes sonriendo abrazados, alegrándose bajo esa espantosa tormenta que, a más de uno, le habrá inundado el comedor o le habrá contagiado alguna enfermedad. Qué despreciables, realmente. Sara meneaba la cabeza negativamente y los observó dibujar un corazón en el vaho del ventanal empañado de un local. Estúpidos. El semáforo se puso en verde y el taxi continuó su camino.


Transcurrió un rato largo hasta que por fin el taxi estacionó en el garaje de Sara. Le agradeció y se bajó del coche para dirigirse rápido hacia la cocina. La casa se sentía algo vacía, y realmente era así. Sus hijos habían decidido ir a pasar el fin de semana al departamento de su padre en la costa, lo cual no estaba nada mal. Pero Sara no olvidaba la alegría de sus chicos cuando ella aceptó la idea. Era una felicidad que nunca les había visto... En fin, no era momento de preocuparse por esas cosas.


El reloj marcó las 23:20 mientras Sara comía rápido una ensalada que había dejado preparada. Ya era hora de acostarse, al otro día debía levantarse muy temprano para trabajar. Se tiró sola en su cama matrimonial y encendió una pequeña lámpara en su mesa de luz. El viento soplaba fuerte contra la persiana en su ventana. Iba a ser complicado dormir. Y aún tenía en su mente las risas de esos pobres adolescentes y las inocentes sonrisas de sus hijos. Ninguno de esos chicos tenía idea de lo que el futuro les podía traer. Sara, más allá de tenerles cierto rencor, sintió lástima por ellos. Pero no por mucho tiempo, obviamente. No había nada que pudiera hacer para cambiar sus vidas. Al menos, pensó, ella estaba a salvo de la tormenta.


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1 comentario:

  1. Hola! Vi tu post en BUA. Me gustó mucho tu relato! Quedo muy lindo el acompañamiento con las imágenes. La historia era muy real, o al menos a mi entender, y me agradó mucho el final. Vi que tu blog es bastante reciente, así que mucha suerte con el proyecto =D! Saludos!

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